lunes, 21 de enero de 2008

Epígrafe Bético I ¿Qué ocurrió verdaderamente en junio del 92?. 17 de octubre de 2007

Corría junio de 1992. En Sevilla la Expo ´92 estaba a punto de comenzar, pero la ciudad tenía que estar alegre para la cita. No podía permitir que una parte de los ciudadanos estuvieran descontento, y menos al ver cómo se moría uno de los más grandes sentimientos que ha dado nuestra historia: las trece barras verdiblancas, el Real Betis Balompié. Las deudas dejadas por la mala gestión de De la Borbolla, Galera y compañía dejaban al Real Betis en una quiebra anticipada que presagiaba su extinción. Muchos ya estaban preparando la botella de champán para descolcharla a costa de la muerte de más de setenta y cinco años de historia futbolística. El Betis se moría. Su desaparición era inminente. Un grupo de diez mil béticos habían reunido el dinero necesario para depositarlo en la Federación Española de Fútbol y evitar que las deudas llevaran al Real Betis a la tumba. No sólo estuvieron al pie del cañón todos esos béticos, sino las instituciones. El Patronato, Ayuntamiento, Instituto de Deportes… Nadie iba a dejar que el desenlace fuera la desaparición del Betis. Pero, inexplicablemente, aparece de las más oscuras entrañas de la Sevilla de los negocios, Manuel Ruíz de Lopera y Ávalos. ¿Por qué compra el Real Betis? ¿Qué intenciones tenía cuando él mismo dijo a todos "no yo pongo el dinero"? La historia cada uno la cuenta a su manera. Yo pongo el dinero y esto es mío y desde hoy y nada ha existido antes de hoy. Manuel Ruiz de Lopera era un vecino, no muy querido en el barrio del Fontanal. Creó a sus espalda todo un imperio a base de prestar dinero con intereses a cambio y aprovechándose del más pobre y de operaciones urbanísticas. Ruíz de Lopera estaba bien visto dentro del mundo de los negocios de Sevilla. Era católico y decía ser más bético que el escudo. La historia se falsea a su favor. En el 92 no sólo estaba él, también había diez mil béticos dispuestos a dar la cara por un equipo que ha dado más decepciones que alegrías a lo largo de su historia. Pero, y en eso estaban todos de acuerdo, nadie podía vivir sin las trece barras.

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