viernes, 25 de enero de 2008

Dulce Tradición 16 de diciembre de 2007


José Antonio, Borja, Juan José y Carlos Hernández, forman la cuarta generación encargada de mantener la añeja confitería La Campana. Antonio Hernández, gaditano afincado en nuestra ciudad, comenzó el negocio en 1885 y en la actualidad es un punto a destacar en el mapa. “No has estado en Sevilla si no has pasado por La Campana”. Digamos que es como la madrileña Puerta del Sol. Ahora en cuaresma la actividad se intensifica en este magnífico obrador.

Polvorones, mantecados, mazapanes… Vamos, lo típico de estas fechas, es lo que no falta en las vitrinas de la esquina de Sierpes. Tras más de cien años, “siempre se ha intentado conservar el sabor tradicional de antaño y en la medida de lo posible lo hemos conseguido. También modernizándolo con las nuevas tecnologías. Por ejemplo, este verano hemos hecho una reforma integral de la tienda”, asegura José Antonio Hernández, uno de los responsables del establecimiento, quien dice dar fe de que “nuestras torrijas están muy buenas y sigue siendo la estrella”.

Desde el Miércoles de Ceniza la confitería es todo un `jaleo´, que culmina con la Semana Santa, al ser la plaza el inicio de la carrera oficial. Se multiplican las bandejas, trabajan al máximo e incluso se hacen turnos maratonianos. Como muestra, desde las ocho de la mañana del Jueves Santo hasta bien entrado el Sábado Santo se abre interrumpidamente debido al paso de las hermandades de La Madrugá.

Más de un siglo da para mucho. Por La Campana ha pasado un innumerable tránsito de personajes famosos. Ana Rosa Quintana, toreros, Lopera, actores, altos cargos del Gobierno… Incluso, “el Rey ha degustado los pasteles de aquí. De hecho, este horno ha servido durante muchos años a la Casa Real”.

Anécdotas…, miles. La vinculación de los Hernández con La Soledad de San Buenaventura y Monte – Sión provocó durante un gran tiempo una curiosa imagen. José Antonio cuenta que “cuando pasaban los pasos de estas cofradías por la confitería, mi tío, junto a mi padre, daban a los costaleros una bandeja con torrijas. Entraba bajo el faldón delantero y salía vacía. Pero se prohibió porque la miel manchaba los bordados”.

Historia de un centenario lugar que aún crea expectación y nunca dejará de estar vinculado a la Sevilla dulce y pastelera.

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